domingo, 3 de julio de 2011

LA INTOLERANCIA: EL REFLEJO DE NUESTRAS SOMBRAS - G. Crudeli

¿Alguna vez te has preguntado como el hecho de reconocer y observar nuestra intolerancia puede ayudarnos a evolucionar?

La persona que ha avanzado en su trabajo para lograr ser tolerante sabe que por el solo hecho de ser un ser humano tiene los aspectos positivos y sus correspondientes negativos formando un todo completo. Trabaja para aceptar sus aspectos sombríos como propios para poder elaborarlos y convertirlos en virtudes, en lugar de reprimirlos o ignorarlos.
De esta forma no tiene necesidad de transferirlos a otra persona para sentirse cómodo y sin culpa.

El solo hecho de saberse poseedor de algo que no le gusta sobrellevar le ha permitido trabajar ese aspecto y convertirlo de a poco en su opuesto.

También le permite reconocerse en las demás personas sin rechazo, con aceptación. Sabe que ellas son poseedoras de virtudes y de los llamados defectos al igual que el. Pero, al contrario del intolerante, no las juzga porque sabe que solo están viviendo experiencias que brindan oportunidades para aprender y finalmente transformar lo negativo en positivo.

Uno se desapega paulatinamente de sus creencias las cuales ve efímeras y cambiantes al ir creciendo y considera las verdades de los demás como válidas y en evolución. De hecho, está aprendido a no a juzgar porque ya no le encuentra sentido.

Sabe que cada uno de nosotros es lo mejor que puede ser en ese momento y eventualmente tiene la posibilidad de elegir y aprender para ser un poco mejor. Por eso cree en la excelencia y no en el perfeccionismo. En la excelencia desarrollamos nuestro crecimiento en forma positiva reconociendo nuestros logros usándolos como escalones para los pasos siguientes. En el perfeccionismo nunca se está conforme con lo obtenido y nuestra mente siempre está enfocada en conseguir algo mejor sin poder lograrlo.

Reconoce las fronteras que no debe traspasar por lo cual puede poner límites cuando alguien quiere trasponer las suyas. Como sabe que es difícil reconocerlas no reacciona por orgullo o para defenderse sino que muestra los límites simplemente para que el otro los reconozca.

Quien ha alcanzado la verdadera tolerancia trata de vivir en el crecimiento continuo enfrentándose a los conflictos y cambios que le brinde el cosmos en una actitud de confianza armónica dentro de la incertidumbre. De ninguna manera busca la armonía y el quietismo a toda costa. Esta última actitud demuestra debilidad de carácter y miedo a crecer. Sin embargo el tolerante tiene fuerza de carácter, equilibrada autoestima y aguarda con alegría su nueva lección.
Cada día al levantarme me propongo trabajar esta virtud.

Le pido al Cosmos que me ayude a estar atento a cada reacción intolerante en mi persona. Sé que la razón de la misma está en mi y no en el que supuestamente me la genera. Por lo tanto hago el esfuerzo de elaborar una respuesta asertiva para evitar que se produzcan energías negativas que nublen mi discernimiento y me distraigan.

Luego dedico el tiempo necesario a reconocer y aceptar el aspecto que percibí en el otro y que me molesta tener. Inmediatamente me digo que eso es simplemente uno de los dos extremos de algo. El calor y el frió no son nada más que dos extremos de algo llamado temperatura y su diferencia radica en la graduación y no en esencia.

Y cuando no logro cumplir alguna parte de este proceso porque el ego me confunde y gana esa mano, sencillamente comienzo nuevamente sin culpa.

De cualquier forma esta técnica siempre me muestra el camino que debo seguir y entonces hago mi mayor esfuerzo para trabajar el extremo que representa a la virtud.

En definitiva, la energía que genera la intolerancia es el combustible necesario para recorrer el camino hacia el opuesto del aspecto sombrío que existe en mí. Entonces la pared de la intolerancia que he levantado con suma facilidad se puede transformar en el difícil pero imprescindible escalón para continuar el ascenso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario