martes, 8 de junio de 2010

Curso de Velas: Introducción Histórica

Las VELAS representan la imagen de nosotros mismos. La cera corresponde al cuerpo físico, la mecha a la mente y la llama al espíritu.

El pensamiento (la mente), a la vez, es la voz de nuestro espíritu y sólo las personas elevadas se comunican fácilmente con él, el resto de los mortales nos debemos conformar con pequeños mensajes que intuimos ó percibimos sin que a veces sepamos interpretar.

Ya desde tiempos remotos, la humanidad reunida alrededor del fuego, comprendía que éste era algo más, “el fuego sagrado”, tan importante de mantener siempre latente, fue utilizado por los sacerdotes y hechiceros como arma de poder y objeto de culto.

Es posible que las antorchas que se han encontrado en las tumbas del hombre de Neandertal demuestren que hace 50.000 años los hombres utilizasen el fuego en sus rituales funerarios, con el fin de favorecer el camino hacia el más allá.

Muy pronto, los sacerdotes se apropiaron de este regalo de los dioses y establecieron un lugar en los templos para cuidar de que la llama no se apagase, lo que pudo ser muy de agradecer en la población, dada la dificultad que suponía obtener el fuego. Hay constancia de que los egipcios, caldeos, persas, griegos, romanos, tártaros, hebreos, chinos e indios precolombinos mantuvieron el fuego permanentemente en sus templos. Era tan importante su custodia que en Roma se suspendía el ejercicio de la justicia y los asuntos administrativos si se apagaba el fuego que conservaban las vestales. Se había roto el nexo de comunicación entre los mortales y los dioses y hasta que no se volviese a tener el fuego no se ejercían actividades públicas.

En la Grecia antigua un barco procedente de la isla de Delos, cuna de Apolo, iba periódicamente llevando una llama nueva cogida del altar del dios del Sol. Cuando emigraban para fundar colonias, los griegos llevaban con ellos carbones encendidos del altar de Hestia, para que en sus nuevas casas, quemase el mismo fuego de la metrópolis. El hogar, del que sus antepasados habían sacado sus dioses domésticos, se fue transformando en una especie de altar polivalente en el que se hacían ofrendas y sacrificios al Olimpo, después de haber servido para cocinar los alimentos. El pueblo hebreo también mantuvo el fuego sagrado.

En la Biblia hay constantes referencias a este culto: Dios, en forma de lengua de fuego, toma los sacrificios que ofrece Aarón; las zarzas quemando del Horeb i del Sinaí; el carro de fuego de Elías o el anunciado baño de fuego del Apocalipsis. Los cristianos tomaron culto de los hebreos en el siglo IV, son ejemplos, el fuego nuevo con el que se encendían las brasas del incensario, el cirio pascual y las lámparas del templo.

Toda la fuerza y magia que ofrecía el fuego fue transformándose en ritual y convirtiéndose en una costumbre poderosísima, dichas costumbres quedaron recogidas en pergaminos, papiros y piedras de las paredes de muchos templos y monumentos, otros secretos pasaron de boca en boca y de generación en generación.

Tan arraigado ha estado esto en nuestra genética que aún hoy en día el fuego nos sigue fascinando.

El fuego nos transporta a un estado mental especial ¿quién no ha quedado alguna vez prendido y absorto delante de una chimenea? Para la meditación y en muchas otras técnicas de concentración se utilizan velas.

En todos los rincones del planeta aún hoy, el fuego es un símbolo, y siempre se utiliza conjuntamente con la religión o creencia. No hay oración, santo o Dios al cuál no se ilumine con una tea o una vela. Las velas son en la actualidad el instrumento más utilizado y es costumbre en todos los templos encender velas para reforzar las peticiones de los oradores.

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